William B. Bland
(De la Liga Comunista del Reino Unido). Discurso leído a la Stalin Society en mayo de 1991.
Conseguir que la gente deje de odiarte es bastante difícil; puedes intentar ser amable con ellos; eso podría funcionar. Pero ¿qué ocurre cuando la gente te aprecia --e incluso te ama? ¿Es posible hacer que dejen de albergar ese sentimiento? Seguramente es posible, pero ¿con qué finalidad haría alguien una cosa así?
El 14 de febrero de 1956, el político revisionista soviético Nikita Jruschev [2] , entonces Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, de manera pública pero oblicua atacó a Stalin en el XX Congreso del Partido: "Es de importancia suprema restablecer y reforzar por todos los medios posibles el principio leninista del liderazgo colectivo. El Comité Central... condena enérgicamente el culto individual como ajeno al espíritu del marxismo-leninismo". (N.S. Jruschev:, Report to the Central Committee, 20th Congress [Informe al Comité Central; XX Congreso del PCUS] febrero de 1956; Londres; 1956; p. 80-81). En su 'discurso secreto' al mismo Congreso el 25 de febrero (que se filtró al Ministerio de Asuntos Exteriores de los EEUU, pero no fue publicado en la Unión Soviética) Jruschev atacaba a Stalin de forma más directa, afirmando que "el culto individual adquirió un tamaño monstruoso principalmente porque el mismo Stalin, utilizando todos los métodos concebibles, apoyó la glorificación de su propia persona" (Instituto Ruso, Columbia University (Ed.): The Anti-Stalin Campaign and International Communism [La Campaña Anti-Stalin y el Comunismo Internacional]; Nueva York; 1956; p. 69).
Muchos anti-comunistas y anti-estalinistas han escrito extensamente sobre el "culto a la personalidad", propagando siempre los mismos rumores y opiniones sin fundamento como si fueran hechos probados. De hecho, numerosos testigos dan fe de la sencillez y modestia de Stalin. Así pues, veamos lo que dicen diversos testigos oculares de todas las ideologías políticas, testigos que no tenían NINGUNA RAZÓN para mentir.
Comencemos por las declaraciones de testigos oculares neutros y\u hostiles sobre la persona de Stalin.
El diplomático americano Joseph Davies [3] hizo hincapié en las maneras sencillas y amables de Stalin: "Me asusté un poco cuando vi la puerta... abierta y el Sr. Stalin entró en el despacho solo.... Su comportamiento es amable, sus maneras despreocupadamente sencillas... Me saludó cordialmente con una sonrisa y con gran sencillez, pero también con auténtica dignidad.... Sus ojos castaños son de mirada sumamente amable y apacible. A un niño le gustaría sentarse en su regazo y un perro se acercaría furtivamente hasta él". (J. E. Davies: Mission to Moscow [Misión en Moscú]; Londres; 1940; p. 222, 230).
Isaac Don Levine [4] escribe en su biografía hostil de Stalin: "Stalin no busca honores. Aborrece la pompa. Es contrario a todo tipo de demostraciones públicas. Podría llevar en el pecho todas las insignias nominales de un gran estado. Sin embargo, prefiere mantenerse en un segundo plano" (J. D. Levine: Stalin: A Biography [Stalin: una Biografía]; Londres; 1931; p. 248-49).
Otro crítico hostil, Louis Fischer [5], señala 'la capacidad de escuchar' de Stalin: "Stalin... es una fuente de inspiración para el Partido por su firme voluntad y su calma. Los individuos en contacto con él admiran su capacidad de escuchar y su habilidad para mejorar las sugerencias y propuestas de subordinados sumamente inteligentes" (L. Fischer: Artículo publicado en The Nation, Volumen 137 (9 de agosto de 1933); p. 154).
Eugene Lyons [6], en su biografía titulada Stalin: Czar of All the Russias [Stalin: Zar de Todas las Rusias], describe el sencillo modo de vida de Stalin: "Stalin vivía en un apartamento modesto de tres habitaciones.... En su vida diaria sus gustos fueron siempre sencillos, casi hasta el extremo de la crudeza.... Incluso los que le odiaban con un odio desesperado y le atribuían sádicas crueldades nunca le acusaron de excesos en su vida privada... Los que miden el 'éxito' por los millones de dólares, los yates y las amantes encuentran difícil de entender cómo el poderoso puede encontrar placer en la austeridad… No había nada ni remotamente parecido a la actitud de un ogro en su aspecto o en su conducta, nada teatral en sus maneras. Un hombre agradable, serio y maduro --evidentemente dispuesto a ser amistoso con el primer extranjero que había admitido a su presencia en años. 'Es una persona agradable desde cualquier punto de vista', recuerdo que pensaba mientras estábamos allí sentados, y ese pensamiento me causaba asombro" (E. Lyons: Stalin: Czar of All the Russias [Stalin: Zar de Todas las Rusias]; Filadelfia; 1940; p. 196, 200).
Lyons le preguntó a Stalin: "¿Es usted un dictador?"; Stalin sonrió, dando a entender así que la pregunta era absurda. "No", dijo con lentitud, “no soy ningún dictador. Los que usan esa palabra no entienden el sistema soviético de gobierno ni los métodos del Partido Comunista. Ningún hombre o grupo de hombres puede dictar nada. Las decisiones son tomadas por el Partido y aceptadas por sus órganos, el Comité Central y el Politburó" (E. Lyons: ibíd.; p. 203). (Comentario Editorial: recordemos que Lyons fue uno de los reporteros occidentales que colaboraron con los nazis en la elaboración de la mentira del "hambre de la colectivización").
El revisionista finlandés Arvo Tuominen (1894-1981), fuertemente hostil a Stalin, comenta en su libro The Bells of the Kremlin [Las Campanas del Kremlin] el deseo de Stalin de pasar inadvertido: "En sus discursos y escritos Stalin siempre se retiraba a un segundo plano, hablando sólo del comunismo, del poder soviético y del Partido, y acentuando que él era simplemente un representante de la idea y de la organización, nada más... Nunca advertí la más mínima señal de vanagloria en Stalin" (A. Tuominen: The Bells of the Kremlin [Las Campanas del Kremlin]; Hanovre (New Hampshire, EE. UU); 1983; p. 155, 163).
En este punto el mismo autor expresa su sorpresa por el contraste entre el verdadero Stalin y la imagen de propaganda que se había extendido sobre él: "Durante mis muchos años en Moscú nunca dejó de maravillarme el contraste entre el hombre y las semblanzas colosales que se habían hecho de él. Aquel caucasiano de altura media, ligeramente picado de viruela y con un gran mostacho, se hallaba todo lo lejos que uno pudiera imaginar del estereotipo de un dictador. Pero, al mismo tiempo, la propaganda proclamaba sus capacidades sobrehumanas" (A. Tuominen: ibíd., p. 155).
El mariscal soviético Georgy Zhukov [7] habla de la 'carencia de afectación' de Stalin: "sin afectación y sin manierismos, él (Stalin) se ganaba el corazón de todos los que le trataban" (C. K. Zhukov: The Memoirs of Marshal Zhukov [Memorias del Mariscal Zhukov]; Londres; 1971; p. 283).
La hija de Stalin, Svetlana Alliluyeva [1926-] es lo bastante crédula como para aceptar casi cualquier difamación contra su padre, pero incluso ella rechaza la acusación de que el propio Stalin tramase el 'culto' a su personalidad. Svetlana describe un viaje en tren con Stalin de Crimea a Moscú en 1948: "Al pararnos en una estación dimos un paseo por el andén. Mi padre llegó hasta la locomotora, saludando a los trabajadores del ferrocarril con los que se encontraba. No pudimos ver a un solo pasajero. Era un tren especial y no se permitió que nadie subiera al andén.... ¿Quien había ideado tal cosa? ¿Quien había ideado todas estas estratagemas? Desde luego, mi padre no. Era el sistema en que él mismo estaba preso y en el que sufrió la soledad, el vacío y la falta de compañerismo humano... Hoy en día, cuando leo u oigo en algún sitio que mi padre se consideraba a sí mismo prácticamente como un dios, me asombra que personas que le conocían bien puedan decir tal cosa.... Él jamás pensó en sí mismo como en un dios". (S. Alliluyeva: Letters to a Friend [Cartas a un Amigo]; Londres; 1968; p. 202-03, 213).
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