VIRGILIO PEÑA HA CUMPLIDO CIEN AÑOS Y EL PUEBLO QUE LO VIO NACER LE HOMENAJEA DEDICÁNDOLE UNA CALLE. VIRGILIO ES PROTAGONISTA DE UNA INFATIGABLE LUCHA CONTRA EL FASCISMO DURANTE LA GUERRA DE ESPAÑA, LA RESISTENCIA FRANCESA Y LA SUPERVIVENCIA Y LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DONDE FUE DEPORTADO.
Una vez más, Virgilio emprende el viaje desde Pau (Francia), donde
actualmente reside con su esposa, hacia Espejo, su pueblo natal en
Córdoba. Sabe que le ha citado el ayuntamiento, pero no piensa que le
van a dedicar una calle. Ha cumplido cien años y siente que lleva encima
“un peso demasiado gordo que hay que soportar.” Debe su nombre clásico a
la afición literaria de su padre Rafael, un analfabeto que aprendió a
leer por una apuesta y desde entonces no paró de leer libros en los
pocos ratos libres que tenía, incluso sentado en la mula mientras iba a
trabajar. Pero su hijo no pudo conservar su biblioteca porque le
prendieron fuego en represalia por ser uno de los líderes sindicales más
activos de las huelgas de 1918. Las palizas que recibió también
acabaron con su vida, pero no con su ideal, que fue heredado por su
hijo.
“En aquellos años trabajar en el campo era llevar una verdadera vida de
esclavos. Apenas salía el sol ya estabas en el tajo y no podías volver
hasta que se ponía.” Y Virgilio combatió la explotación como supo hasta
la llegada de la República, que le dio las herramientas para poder
desarrollar su legítima lucha: “Con la Ley en la mano le hicimos acatar
al patrón las 8 horas de trabajo” -nos contó Virgilio en el proyecto Vencidxs-
“pues algunos se resistían a cumplirlo.” Se organizó en las Juventudes
Socialistas Unificadas (JSU) y aprovechó su tiempo libre para estudiar a
la luz de las velas, para participar en las discusiones políticas que
se organizaban en los cortijos en las horas de descanso. Conseguir una
verdadera Reforma Agraria, y no la que tuvo lugar, fue uno de los
objetivos que se proponían los braceros espejeños.
Pero el 18 de julio llegó y Virgilio y sus compañeros vieron en él la
ingenua oportunidad “de llevar el bienestar a Espejo y también a
España.” Derrocaron a la burguesía, que apoyó el golpe militar, y
organizaron la milicia y la protección popular frente a los bombardeos
fascistas: “Si viene un avión, la campana sonará una vez,” -decía el
cuco [pregonero] en el pueblo- “si vienen dos aviones, dos veces.” Y
así, advirtiendo a la población para que se protegiera, consiguieron
evitar la cantidad de muertos que podía haber habido. Luego llegó la
militarización, las durísimas batallas de Pozoblanco y del Ebro y lo
peor de todo, la victoria franquista. Más de medio millón de refugiados
llegó a la frontera francesa y entre ellos estaba Virgilio, ante la
estupefacción de un gobierno francés que “al principio impedía cualquier
tipo de ayuda hacia nosotros. ¿Pero qué hubiera pasado si no nos
hubieran dejado entrar?”
Virgilio nunca se sintió derrotado -”Aún ahora tengo esperanza”- y, a
pesar de la llegada de la ocupación nazi, aprovechó su juventud para
combatir el fascismo desde Francia, organizado dentro del movimiento de
Resistencia:“Organizaba grupos de maquis y participábamos en sabotajes,
hasta que un compañero me delató. Le torturaron y cantó como una almeja.
Se puso al servicio de la policía e iba dando golpecitos en la espalda a
todo aquel que conocía.” Entonces Virgilio fue detenido, torturado y
trasladado al campo de Compiègne hasta su deportación a Buchenwald, un
campo de exterminio nazi en Alemania donde Virgilio trabajaba durante 14
horas sin comer y al que llegó en un vagón donde pasó tres días y
cuatro noches inmóvil, con dos de sus dedos enganchados a una manilla.
En Buchenwald,
el eterno resistente participó en la creación de los comités de ayuda:
“Allí los españoles dimos un ejemplo de solidaridad al mundo entero,
porque allí estaba el mundo entero”, repartiendo comida entre los
camaradas más necesitados -algo que también se realizaba dentro de las
cárceles franquistas- y robando y escondiendo armamento para cuando
fuera posible la liberación del campo, hecho que tuvo lugar en abril de
1945. Virgilio sacó entonces las armas de dentro de las cuñas donde se
asentaban las barracas del campo y ayudó a la liberación.Al regresar a
Francia el trato hacia los españoles había cambiado -”Nos recibieron con
un tapiz rojo, nos dieron comida y pusieron duchas a nuestra
disposición.”- pero los aliados pararon su lucha antifascista en los
Pirineos, cosa que decepcionó al cordobés, aunque él nunca dejó de
luchar desde el Partido y desde su propia persona.
Ayer los espejeños homenajearon al centenario miliciano y ya mítico
resistente antifascista. Hace más de un año que no hablamos, pero por
teléfono puedo comprobar que la mente de Virgilio continúa igual fresca y
optimista. Le pregunto de nuevo por los jóvenes y me contesta que no ve
ninguna novedad: “La vida es distinta que antes porque cuando yo era
joven pensaba en transformar el mundo y ahora los jóvenes ya no piensan
en eso.” Y tampoco en la unión de las fuerzas de izquierda que tanto
desea porque “hay demasiados mandos y poca gente para responder y eso no
funcionará, por eso perdimos la guerra”. Cuando le pregunto sobre las
razones de la separación, Virgilio vuelve a mostrar su elocuencia:
“Porque cada uno quiere comer de su plato y comer el mejor pedazo.”
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